Una imagen en un año pronto ya a su final: al tiempo que la Fundación Cotec para la Innovación celebraba su evento Imperdible en primavera, ardía cerca de Seseña una pira de neumáticos que una buena y temprana regulación habría convertido en una oportunidad de negocio, un gran servicio a nuestra sociedad y a nuestro medio ambiente. Ya desde los años 70 el profesor del MIT Nicholas Ashford y, más recientemente, Andrea Renda, del think tank europeo CEPS, encuentran evidencia de que una regulación adecuada puede crear innovación, particularmente para hacer frente a los grandes retos sociales. Por el contrario, una equivocada puede hacer no solo que las oportunidades se malogren, sino que los potenciales innovadores, profesionales y emprendedores en general, se inhiban y descarten hacer de la necesidad, virtud.
Pero si las instituciones son portadoras de la historia, las personas son motores del futuro. Así, por ejemplo, la Comisión Europea ha puesto en marcha los llamados innovation deals tomando como base experiencias holandesas previas, y resulta estimulante ver a un comisario económico al frente de una DG tradicionalmente dominada por la lógica de la ciencia. Esta combinación de regulación y apetito por el riesgo debe completarse con una clara orientación a resultados, porque si algo bueno tienen las crisis es precisamente la invitación para que todos, instituciones e individuos, repiensen su labor e ir quizá un poco más allá de lo que es la obligación debida.
Ahora bien, si toda innovación supone una novedad, no toda novedad es una innovación. En España, adoptamos el modelo del Reino Unido y el Business Innovation and Skills pero el paso por Economía no ha servido, por ahora, para lograr un nuevo contrato social por la ciencia y la innovación. La apuesta por nuestro castizo modelo de la I+D+i tendrá otra oportunidad de cuatro años. Nadie podrá decir que dos legislaturas no son suficientes y que no se ha tenido la oportunidad de reflexionar sobre los objetivos no alcanzados y cómo corregir el rumbo. Oscar Wilde lo decía: no hay obras literarias morales o inmorales, sino sencillamente buenas o malas.
Link al artículo completo en Cinco Días