Juan Mulet, miembro del Consejo de Innovación de IFI, escribe en Cinco Días, uno de los diarios económicos líderes en España, sobre cómo I+D e innovación son imprescindibles conjuntamente para el avance tecnológico y para el desarrollo económico.
Hay una amplia coincidencia en que después de esta crisis se impondrá en todo el mundo la economía del conocimiento, por esto sería muy conveniente resolver cuanto antes la confusión que se manifiesta en muchos discursos públicos y privados sobre conceptos tan elementales como I+D o innovación.
Antes de que a los españoles se nos ocurriera la sigla I+D+i, hablábamos poco, pero de forma separada, de I+D y de innovación. Dos realidades distintas que tienen en común su razón de ser en el conocimiento. Siguiendo los criterios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la I+D se refiere a las actividades desarrolladas tanto por organizaciones públicas como privadas, destinadas a generar nuevo conocimiento. Y la innovación, al conjunto de acciones emprendidas por las empresas, con la finalidad de llevar al mercado nuevos o mejorados bienes o servicios, y una de estas acciones puede ser su propia I+D. La OCDE ha impuesto metodologías distintas para la medida de los esfuerzo que sus países dedican a la de I+D (Manual de Frascati) y a la innovación (Manual de Oslo).
Las diferencias entre I+D e innovación están tanto en su forma de desarrollarse como en los condicionantes que deben concurrir para que fructifiquen y, por supuesto, en lo que se refiere a sus políticas públicas de fomento. La primera se desarrolla en un contexto de aprendizaje, donde la prueba y el error y la excelencia son los exponentes de estos trabajos. La segunda corresponde al ámbito empresarial, donde prima la eficiencia y la relevancia económica.
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Una imagen en un año pronto ya a su final: al tiempo que la Fundación Cotec para la Innovación celebraba su evento Imperdible en primavera, ardía cerca de Seseña una pira de neumáticos que una buena y temprana regulación habría convertido en una oportunidad de negocio, un gran servicio a nuestra sociedad y a nuestro medio ambiente. Ya desde los años 70 el profesor del MIT Nicholas Ashford y, más recientemente, Andrea Renda, del think tank europeo CEPS, encuentran evidencia de que una regulación adecuada puede crear innovación, particularmente para hacer frente a los grandes retos sociales. Por el contrario, una equivocada puede hacer no solo que las oportunidades se malogren, sino que los potenciales innovadores, profesionales y emprendedores en general, se inhiban y descarten hacer de la necesidad, virtud.
